“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lucas 23,43).
Sólo hay dos clases de personas en el mundo, por lo que se refiere a Dios. Él sólo reconoce a dos clases: los salvados y los perdidos, los pecadores y los santos, los que van al cielo y los que se dirigen al infierno eterno. El hombre, por otra parte, hace toda clase de categorías de los hombres: por ejemplo, habla de los hombres como blancos, negros, amarillos. Los clasifica por nacionalidades: holandeses, ingleses, italianos o alemanes. Los considera ricos o pobres, grandes o pequeños, educados o ignorantes y de mil maneras diferentes.
En la Biblia sólo se consideran dos caminos, el estrecho y el ancho. Sólo hay dos destinos posibles, la bienaventuranza eterna o el eterno castigo. La diferencia entre los salvados y los perdidos no es por grado o por la importancia del pecado, la religión que abrazan o la iglesia de la que son miembros. No es por su bondad o moralidad. Dios clasifica a cada individuo según su actitud hacia su Hijo, el Señor Jesucristo. Los que han recibido al Hijo de Dios por fe son salvos; los que rechazaron la oferta de salvación están perdidos.
Cuando Jesús fue crucificado en el Calvario, había dos hombres colgados junto a Él, el uno a su derecha y el otro a su izquierda. Hoy muchas personas los consideran meramente como dos malhechores, pero en realidad representan a toda la humanidad. Tú, y yo amigo mío, los dos estamos representados en ellos. Hace más de dos mil años que murieron, y uno está en el cielo, mientras que el otro está en el lugar de muerte y perdición eterna. ¿Qué es lo que dio lugar a esta gran diferencia? Los dos a la vez habían pecado. No hay la menor sugerencia de uno fuera mejor que el otro. Los dos habían sido condenados; los dos eran culpables: los dos estaban muriendo. La diferencia estriba en su actitud hacia el Hombre de la tercera cruz, el que estaba crucificado entre los dos, el Señor Jesucristo. Los dos ladrones eran culpables por igual, pero el uno creyó en Él y el otro lo rechazó. Estos dos ladrones nos representan a nosotros. Tú también estás salvado o estás perdido, y la única diferencia depende de tu actitud hacia Cristo, el Hijo de Dios.
Recibe a Cristo en tu corazón, en este momento. Arrodíllate y di en voz fuerte esta oración: “Yo confieso que soy un pecador (a) en necesidad de salvación. Yo te recibo ahora Jesucristo como mi Señor y Salvador personal; perdona mis pecados e inscribe mi nombre en el LIBRO DE LA VIDA ETERNA. Amén”. Si haz hecho esta oración, te felicito, haz tomado la mejor decisión de tu vida.