sábado, 24 de septiembre de 2011

Hay que cambiar, Pronto, sino pereceremos igualmente.

Lc 13,1-9
En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: -- ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que los demás galileos? Os digo: no, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.
O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: no, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. Dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella y no lo halló. Y dijo al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo hallo. ¡Córtala! ¿Para qué inutilizar también la tierra?".
Él entonces, respondiendo, le dijo: "Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella y la abone. Si da fruto, bien; y si no, la cortarás después"".
Los avisos que se reciben no siempre sirven para tener una información importante sobre algo, sino que también pueden llevar una segunda finalidad, es decir, como una amenaza diciéndole a la persona que recibe el aviso: “ten cuidado que a ti no te suceda lo mismo de lo que te estoy contando, que a ti no te pase algo malo”.
Pues bien, esto es más o menos lo que nos cuenta Lucas en el evangelio de este domingo de cuaresma, cuando un grupo de presentes, de personas que están participando en la actividad de Jesús, que están escuchando su enseñanza, se dirigen a él para referirle un hecho de crónica negra, un suceso estremecedor acontecido en Jerusalén.
Resulta que un grupo de Galileos (los Galileos eran la gente del norte, era la gente exaltada, eran las personas que más se oponían a la presencia de los Romanos en tierra de Israel, por lo cual entre los Galileos era fácil encontrar gente exaltada, incluso terroristas, que con la fuerza, con la violencia se
oponían a la presencia de los Romanos en la tierra de Israel), estos Galileos, durante la Fiesta de Pascua
fueron masacrados por Pilatos.
Pilatos aprovechó del momento en que ellos se encontraban en el templo de Jerusalén seguramente
porque temía que estos Galileos estuvieran urdiendo un atentado o algo peligroso hacia el imperio.
Pilatos los masacró completamente y la cosa más estremecedora es que la sangre de estos Galileos se
mezcló con la sangre de las víctimas que se ofrecían en sacrificio a Dios sobre el altar… algo terrible.
Y se lo cuentan a Jesús, no porque Jesús supiera lo que había pasado en la ciudad de Jerusalén, sino para
ponerlo en guardia.
Se insinúa en estas palabras de los que se dirigen a Jesús una perfidia, como diciéndole, “Oye, tú
también eres Galileo, tú, que te acompañas con un grupo de Galileos, ten cuidado que a ti no te pase lo
que le ha pasado a esta gente, porque tú también vas anunciando tu mensaje, tu libertad, tu manera de
ver las cosas tan nueva y tan innovadora; ten cuidado que no te pase algo tan terrible como le pasó a
estos Galileos”.
Porque por la mentalidad común, que sucedieran desgracias de este tipo significaba que Dios lo había
permitido. Es decir que Dios mismo había castigado a esta gente porque de otra manera eso no hubiera
sucedido, o sea, si los Galileos que fueron masacrados por Pilatos actuaban en el nombre de Dios, Dios
nunca hubiera permitido un desastre de este tipo. El hecho que Pilatos los matara significa que Dios
consideraba esta gente también pecadores y que Dios mismo se sirvió del gobernador para castigarlos,
para hacerles sentir el peso del castigo.
Jesús no se deja apabullar por este tipo de aviso de estilo más bien mafioso, sino que les responde a sus
interlocutores sacando a la luz otro hecho de crónica y habla de la desgracia que le pasó a un grupo de
18 habitantes de Jerusalén cuando la Torre de Siloe, un edificio antiguo de Jerusalén pues se derrumbó,
aplastó a tanta gente y la mató a todas.
Entonces la pregunta que pone Jesús a sus interlocutores: “Ustedes creen que aquello Galileos que
fueron masacrados por Pilatos o esa gente inocente que murió aplastada por la Torre de Siloe, era más
pecadora que el resto de los comunes mortales?”
No seguramente, sobre todo en el segundo caso porque la gente que murió con la desgracia de la torre
era gente que seguramente no tenía ninguna culpa. Jesús añade entonces lo que realmente cuenta en la
vida de la persona, “si ustedes no harán enmienda (si no cambiarán), también tendrán una suerte tal,
acabarán también mal,” porque lo que cuenta en la vida de una persona, (el hecho de lo que Jesús está
recordando) es la conversión. Esta significa cambiar vida, la enmienda significa que la persona orienta su
vida de manera distinta, es decir estableciendo con los demás una relación en la justicia, en la
solidaridad, en la generosidad, en el servicio, en todo lo que sirve para fomentar y hacer crecer las
relaciones humanas: ¡esta es la conversión!
Jesús está recordando algo muy importante: cuando la persona humana orienta la vida de esta manera, es decir, para hacer el bien a los demás, no hay desastre, no hay catástrofe, no hay peligro alguno, que pueda derrumbar su vida, que pueda sofocar y apagar esta vida. La vida de la persona humana es mucho más grande y supera cualquier tipo de obstáculo o de desastre que se le pueda presentar.
Pues bien, para comprender esta enseñanza tan importante Jesús añade una parábola, la parábola de una higuera estéril que se encuentra a lado de una viña y el amo de la viña dice: “esta higuera que es de tanto tiempo que no da fruto es mejor cortarla, talarla, porque está esquinando el terreno”, o sea está dejando el terreno prácticamente sin ningún tipo de energía, de fuerza y tampoco la higuera sirve para algo porque no da ningún fruto.
La imagen de la higuera y de la viña tenía una evocación muy fuerte en la tradición judía porque los profetas (el profeta Isaías en particular) habían comparado el pueblo de Israel como un viña, mientras que también se hablaba del templo de Jerusalén y de la institución judía como de un árbol de higuera, un árbol muy frondoso que recordaba la pompa del culto y la solemnidad de los rituales. Pero en este caso una higuera tan solemne, tan frondosa pero sin fruto, una institución completamente estéril. Y la intención del amo de la viña es acabar con todo eso. Interviene el viñador diciendo de darle un tiempo suplementario, de darle una oportunidad más y que él se encargará de hacer todo lo posible, de trabajar la tierra, de echarle estiércol para que la higuera quizá un día empiece a dar fruto.
Con esta imagen el evangelista Lucas está poniendo en contraste las distintas imágenes de Dios que tenía la gente que se ha dirigido a Jesús, los adversarios, y Jesús mismo. Para los adversarios de Jesús, Dios es uno que está siempre dispuesto a castigar, a eliminar, a quitar todo lo que no sirve, todo lo inútil, todo lo peligroso; para Jesús la imagen que nos ha presentado de Dios es completamente distinta: Dios es siempre paciente.
Dios está siempre intentando ponerse de parte de la gente, ayudando, promoviendo, impulsando la vida de la persona y para eso ha mandado a su Hijo, que es la imagen del viñador, para que haga todo lo posible de manera que la gente, teniendo experiencia de este amor tan grande, pueda cambiar conducta, pueda llevar su vida de una manera distinta, su comportamiento sea orientado de esta manera que la vida pueda crecer y pueda dar fruto, como una planta que, nutrida de toda la energía y de todo el amor con la que se cuida esta planta, pueda dar su fruto.
Esto es lo que está diciendo el evangelista Lucas: hay imágenes de Dios que nos interesan, que nos promueven, que nos potencian, que nos ayudan a crecer; hay otras imágenes de Dios fomentadas por la religión que crean siempre miedo, que reprimen la vida de la persona y que la mantiene en un estado siempre de infantilismo, de temor y de no madurez. Jerusalén, la ciudad santa y el templo no serán eliminados por Dios, sino por los Romanos, esta será la suerte, el destino trágico a que se encontrará.
Pero el evangelio de hoy invita a todos a cambiar conducta porque cuando se acoge la propuesta del Padre, de ser gente capaz de producir vida y de dar vida a los demás como una planta rica de fruto, ningún desastre, ninguna catástrofe, ni la muerte siquiera, podrá interrumpir la vida de esa persona.

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