Adán marcó el comienzo del plan de Dios con el hombre. Pero debido a que Adán fracasó, hubo un nuevo comienzo con Set. Set y su generación también fallaron. Luego vino Noé, con el mismo resultado. Así que Abraham es el cuarto, pero, gracias a Dios, con él el propósito de Dios puede avanzar. «Habiendo fracasado ya tres experimentos anteriores que hacía Dios con la raza perdida de Adán, entra aquí (con Abraham) en el cuarto sobre un pie totalmente distinto de los anteriores» (H. B. Pratt)1. Con él se inicia un movimiento definitivo hacia el establecimiento de la familia de Dios sobre la tierra. Con Abraham parte la elección de un pueblo para Dios, a través del cual vendría el Cristo 2.Este capítulo, y el siguiente, estarán centrados en Abraham, el «padre de todos los creyentes» (Romanos 4:11).3 Su figura resalta entre todas las demás del Antiguo Testamento, porque es el nombre que con mayor frecuencia pronuncia el Señor Jesús (Juan 8:56, 58). En tres ocasiones es llamado en las Escrituras «Amigo de Dios» (2 Crónicas 20:7; Isaías 41:8 y Santiago 2:23).
I. EL LLAMADO
Una respuesta insuficiente
La elección y el llamado de Abraham tiene un carácter único en todo el Antiguo Testamento. Es la primera reacción de Dios después de la caída. La salida de Abraham de Ur de los caldeos es uno de los hechos más gloriosos de los anales de la fe.4 El escritor de Hebreos lo resume muy bien en estas breves frases: «Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.» (Heb. 11:8). El llamado de Abraham fue un llamado a salir, a dar la espalda al mundo.
Aunque era grande el llamado, y más grande aun quien lo efectuaba, Abraham no era una persona excepcional. En una civilización idólatra como la caldea él también lo era (Josué 24:2).5 Era sólo una piedra tomada de la cantera del mundo (Isaías 51:1-2). Abraham estaba a gusto en esa cultura; sin embargo, Dios, en su soberanía le escogió como primicia y ejemplo de todos los hombres de fe que habrían de venir, hombres en los cuales él se agrada.
Abraham se diferenció mucho de Abel, Enoc y Noé. Éstos parecen haber sido hombres de decisión, notablemente distintos de los que les rodeaban. No fue así con Abraham. Él era un idólatra en una civilización idólatra.6 Pero la obra de Dios comenzó con tal hombre. Un hombre así convenía a la gloria de Dios, porque nunca se podría envanecer en su justicia ni en sus méritos, porque no los tuvo. Fue Dios, en su soberanía que le escogió, «no por las obras, sino por el que llama» (Rom. 9:11) 7.
El caminar de Abraham no estuvo exento de titubeos y tropiezos.8 Si confrontamos Génesis 11:31, 12:1 y Hechos 7:2-4 podemos ver una verdad muy importante en el comienzo de su carrera: los lazos familiares impidieron que Abraham respondiera completamente al llamado de Dios. En vez de tomar él la iniciativa, la tomó Taré y se enredó en Harán. Así, el que no fue llamado guiaba, y el que fue llamado le siguió. Así que, aunque fue llamado para trasladarse a Canaán, Abraham se quedó en Harán –un punto intermedio, «el último lugar de vida civilizada antes de adentrarse en el desierto arábigo» (Willmington)– hasta que la muerte rompió el lazo que le unía con su padre Taré.
Esto nos muestra que las influencias de la naturaleza son siempre contrarias a la realización de la vocación de un hijo de Dios, y por eso, hay que cuidarse de ellas. Si no estamos conscientes de la grandeza del llamado que hemos recibido, ellas nos llevan a contentarnos con menos de lo que Dios ha señalado para nosotros. (Ver Fil. 3:13-14). Sin embargo, Dios, que había llamado a Abraham a Canaán, no descansó mientras éste estuvo en Harán. (Pablo también oraba por los efesios para que avanzaran hasta el final en el conocimiento de su esperanza, de su herencia y del poder disponible para ellos; 1:15-22. En tanto, Oseas nos alienta a «proseguir» en el conocimiento de nuestro bendito Dios: 6:3).
Siendo Harán una estación no contemplada por Dios en el itinerario de Abraham, éste no recibió ninguna nueva revelación allí. Dios no nos dará ninguna nueva luz si no andamos en consecuencia con nuestro llamamiento.
Una segunda oportunidad
Pero Dios, que llama, es persistente, y cuando Abraham tenía ya setenta y cinco años, Dios le llamó por segunda vez (Gén. 12:1). Hasta aquí Abraham no había sido íntegro en su obediencia, pero Dios no le abandonó (Hech. 7:4), y le trajo a Canaán. Su llegada a Canaán tiene gran significado, porque era el poder de Dios que entraba a poseer la tierra. Donde Dios toma posesión, allí Abraham tiene su herencia.
Sin embargo, apenas Abraham entró en Canaán, su fe fue probada. La tierra no estaba en condiciones de ser disfrutada a discreción, porque allí habitaba el cananeo (12:6 b). Todo esto pudo hacerle dudar momentáneamente del llamamiento de Dios. Sin embargo, en seguida se renueva la promesa y su fe se fortaleció (12:7).
Abraham se estableció entre Bet-el y Hai, donde plantó su tienda y edificó un altar. Estos dos elementos hacen patentes los dos rasgos principales del carácter de Abraham, porque fue un adorador de Dios y un extranjero en el mundo.
Tres altares
En Canaán, Abraham edificó 3 altares. Ellos señalan los 3 puntos más importantes de la vida en la Tierra Prometida. Cada uno de ellos fue santificado por un altar. Veamos qué significa cada uno. (En lo referente a los altares seguimos a W. Nee, en Transformados en su semejanza, cap. 3).
a) Siquem (12:7): «Siquem» significa «hombro», que es el lugar de mayor fuerza del hombre. Canaán es el lugar de la victoria de Dios, donde los enemigos son echados definitivamente. Dios nos ha dado provisión en Cristo para que podamos estar plenos, satisfechos y fuertes.
b) Bet-el (12:8; 13:4): «Bet-el» significa «Casa de Dios». Pese a que podemos estar satisfechos y ser fuertes, aun podemos ser individualistas e independientes. Es necesario ver la Casa de Dios, es decir, la iglesia, el cuerpo de Cristo. Cuando la cruz ha operado en nosotros y somos alumbrados respecto del Cuerpo, entonces venimos a ser uno, y desaparece la vida individual. Siquem debe llegar a ser Bet-el.
c) Hebrón (13:18). «Hebrón» significa «una unión» o «comunión». Si Bet-el representa la vida del Cuerpo de Cristo, Hebrón representa el principio de vivir esa vida. Bet-el nos conduce a Hebrón. Sin comunión, los hijos de Dios no pueden avanzar mucho. Es preciso vivir la vida del cuerpo, es decir, dar y recibir, corregir y aceptar la corrección de los demás miembros.
Tres pruebas
En la vida de Abraham en Canaán hay tres altares, pero también hay tres pruebas, relacionadas con la tierra.
a) Egipto. A causa de que «hubo hambre en la tierra» (12:10), Abraham descendió a Egipto. 9 Allí, aunque se enriqueció, no tuvo altar, y más encima se enredó en su propio engaño, de tal suerte que fue reprendido por un incrédulo, y su misma esposa se vio expuesta a una vergüenza.10 Abraham no valoraba suficientemente a Canaán, porque no supo permanecer en el lugar donde Dios le quería. Abraham no había visto que su llamamiento estaba ligado a la tierra, y que debía permanecer en ella y guardarla. (Ver Isaías 31:1).11
Sin embargo, Dios en su misericordia le restauró a su misma condición anterior, en el mismo lugar, entre Bet-el y Hai (13:3-4).
b) Lot (Capítulo 13). Abraham había de sufrir una prueba todavía mayor que las anteriores por causa de su sobrino Lot. Es que, en cuanto a dejar a su parentela, Abraham nunca había obedecido completamente. Lot, que no seguía a Abraham guiado por una fe personal ni por un llamamiento, sino por un simple afecto familiar, tenía un corazón mundano.
Esto quedó en evidencia el día en que los pastores suyos litigaron con los de Abraham. Esta disputa no hizo más que sacar a luz la mundanalidad que había en Lot y la fe que había en Abraham. A la hora de escoger, Lot escogió la llanura, aparentemente la mejor parte; sin embargo, esto le trajo dolor al corazón y a la larga puso en peligro su propia vida. «Al principio, Lot miró hacia Sodoma. Más tarde, habitó en Sodoma. Estos fueron los pasos por los que este hombre y su familia fueron a una degeneración cierta y a la destrucción.» (Ch. F. Pfeiffer). Lot no era un llamado, sino un voluntario; y todos los que corren sin ser llamados, acaban por caer. Los Lot son figuras muy comunes en medio del pueblo de Dios. Cuando la marea de la fe sube, ellos se unen y reciben los beneficios de los verdaderamente creyentes, pero tarde o temprano su corazón queda al descubierto. Así sucedió con los extranjeros que salieron de Egipto con los israelitas y que les instigaron a pecar (Núm. 11:4), así aconteció con Ananías y Safira (Hechos 5:1-11) y con Simón el mago (Hechos 8:9-24).
Abraham, en cambio, dejó que Lot escogiera, porque confiaba en que Dios cuidaba de él. «La fe deja siempre a Dios el cuidado de fijar la herencia, como asimismo le encomienda a él la forma de ser introducido en la misma. La fe siempre queda satisfecha con la porción que Dios otorga, y puede decir: «Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado» (Salmo 16:6). (C. H. M.) «Quizá Lot tenía mejor tierra, pero Abraham tenía mejor título. Lot parecía tener el paraíso, pero Abraham tenía la promesa.» (M. Henry). La recompensa para Abraham fue inmediata, porque Dios le confirmó la promesa (13:14-15), y le libró de una compañía que era un estorbo para su caminar. Lot se fue acercando más y más a Sodoma (13:12), pero Abraham volvió a Mamre, donde edificó de nuevo altar a Jehová. (13:18).
c) La batalla de los reyes (Capítulo 14). Aquí tenemos a Lot en problemas. Lot representa aquí a los cristianos que se han mezclado con el mundo. Ellos, aunque no lo quieran, se ven envueltos en dificultades porque forman parte de un sistema gobernado por Satanás, y como éste los conoce, agita las aguas a su alrededor. Es doloroso para un hijo de Dios mezclarse con los hijos de este siglo.
Pero cuando Lot estuvo en problemas, Abraham intervino para socorrerlo. Le pudo ayudar porque él estaba separado del mundo y en comunión con Dios. Aunque Abraham no aprobaba la conducta de su sobrino, en la hora de necesidad, su amor permanecía intacto. «Aun cuando la verdadera fe nos hace independientes (del mundo), no nos hace nunca indiferentes; no se viste tranquilamente de vestidura abrigada mientras el hermano sufre de frío.» (C. H. M.)
Luego de la victoria, Abraham es bendecido por Melquisedec y es tentado por el rey de Sodoma. Sin embargo, la bendición de Melquisedec le prepara bien para vencer la tentación 12. ¿En qué consistió esta tentación? En aceptar el ofrecimiento del rey, una recompensa por la victoria.
Abraham no podía aceptar nada procedente de una ciudad corrupta. La fuente de su prosperidad y riqueza era Dios, y no rebajaría su dignidad ante un rey perverso que le ofrecía el mundo. Había recibido el pan y el vino, así que estaba saciado. Quien ha comido de Cristo no tiene necesidad; está completo y puede desechar el engaño de las riquezas.
Así, la mayor batalla que hubo de enfrentar Abraham no fue ante Quedor-laomer, sino ante el rey de Sodoma. Aquél era como un rugido de león; pero éste era como el silbido de una serpiente. El encuentro con Melquisedec –en figura, Cristo– y su ofrenda le fortalecieron para tal batalla.
Un hombre bendecido por Dios no necesita lo que le puede ofrecer el enemigo.
***1 Algunos comentaristas hablan de tres comienzos: con Adán, Noé y Abraham.
2 Es posible reconocer también otros propósitos para la elección de Israel, como, por ejemplo, recibir y preservar la Palabra de Dios, y ser luz para el oscuro mundo del Antiguo Testamento – durante unos diez siglos.
3 El libro de Génesis abarca un período de 2.350 años. Los primeros 11 capítulos que describen la creación del universo, la caída, el diluvio y la torre de Babel, cubren un período de 2.000 años. Los restantes 39 capítulos se centran y se ocupan de Abraham y su simiente, abarcando unos 350 años. En otras palabras, Dios nos da más detalles acerca de Abraham que acerca del origen del universo. (H. L. Willmington, op. cit).
4 La ciudad de Ur, también llamada Mugheir era una ciudad antediluviana, destruida por el diluvio y reedificada después. Poco antes de Abraham llegó a ser la ciudad más espléndida del mundo: centro de manufactura, agricultura, y comercio marítimo, en una tierra de fertilidad y riqueza fabulosas. Cerca del tiempo de Abraham fue eclipsada por Babilonia; no obstante, siguió siendo ciudad de importancia hasta mucho después. (Halley, op. cit).
5 Ur era ciudad babilónica, y Babilonia tenía muchos dioses y diosas. Se adoraban el fuego, el sol, la luna, las estrellas y diferentes fuerzas de la naturaleza. Nimrod fue reconocido como la deidad principal. La forma más común de su nombre era Marduk. «Sin», dios de la luna, era la deidad principal de Ur, la ciudad de Abraham. Su esposa, Ningal, (o Ishtar) era adorada en cada ciudad como diosa madre. Era la deificación del sexo; por lo cual, en su honor, se requería el libertinaje. (Halley, op. cit.).
6 En sus tradiciones, los judíos afirman que Taré era un fabricante de ídolos, pero que su hijo Abraham tenía desde muchacho celo contra la idolatría, rompiendo y burlándose de los ídolos fabricados por su padre. En la creencia de ellos, fue por sus virtudes que Abraham se hizo depositario de las promesas y esperanzas del género humano. «Todo lo cual es característico del amor propio de los judíos y de su apego a la justicia propia, que motivó el rechazamiento de la de Cristo (Rom. 10:3); y es también contrario al evangelio, y a las enseñanzas de la Palabra (Romanos 4:1-8). (H. B. Pratt, en Estudios críticos y aclaratorios sobre la Santa Escritura, Tomo I, El Génesis).
7 Watchman Nee, en su libro Transformados en su semejanza, traza un delicado perfil de Abraham, Isaac y Jacob, como símbolos de tres realidades espirituales comunes a todos los cristianos. (Ver en el Anexo, parte de este libro, en lo relativo a Abraham como elegido de Dios).
8 Alguien ha dicho hermosamente que la fe de Abraham, siendo tan preciosa, fue en el comienzo como un delgado hilo de plata, apenas perceptible.
9 Al revisar el registro que hace la Escritura del episodio de la vida de Abraham vivido en Egipto, nos hace bien recordar lo que, al respecto, dice el comentarista Matthew Henry: «La Escritura es imparcial al referir los pecados de los más celebrados santos, cosas registradas allí, no para nuestra imitación, sino para nuestra admonición, de que «el que piensa estar firme mire que no caiga.»(1 Co. 10:12).
10 Al parecer, Génesis 12:19 es un versículo de difícil traducción. La versión Reina Valera 1960 traduce: «¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer?». En tanto, la Biblia de Jerusalén traduce: «¿Por qué dijiste: Es mi hermana, de manera que yo la tomé por mujer?». De igual modo traduce la Versión Moderna de H. B. Pratt.
11 Notemos algunos resultados trágicos de la desobediencia de Abraham:
1. Entristeció a Dios. Nuestros pecados siempre lo hacen. (Sal. 78:40; Ef. 4:30).
2. Debilitó su propia fe, porque más tarde volvió a mentir por causa de su esposa (Gn. 20).
3. Fue un mal testimonio para Lot.
4. Fue el causante de que Faraón sufriera. (Gn. 12:7).
5. Tomó a Agar como criada de Sara su mujer (Gn. 16:3).
6. Proveyó de un mal ejemplo para su hijo Isaac, quien habría de caer también en la misma falta. (H. L. Willmington, op. cit.).
12 Melquisedec (que significa «mi rey de justicia»), era rey de Salem (que significa «paz»), y «sacerdote del Dios Altísimo» (Gn. 14:18) . Era un tipo de Cristo en su sacerdocio y majestad y en sus dones de justicia y paz. Estas cuatro palabras expresan perfectamente la obra redentora y la gracia de Jesús. (A. B. Simpson, op. cit.).
ANEXO: Abraham, la elección de Dios
Cuando estudiamos la vida de Abraham encontramos el primer ejemplo de un hombre elegido por Dios. Abraham era un idólatra, pero Dios lo eligió. «Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di Isaac» (Jos. 24:2, 3). Sí, Dios tomó a este idólatra, lo prendió y dijo: «Es mío». Según su voluntad lo eligió. Hoy día todo el pueblo de Dios es así. Ellos han respondido a su amor, han gustado de su salvación, y ahora encuentran que son sus escogidos. Dios posee un pueblo cuyo origen proviene precisamente de su elección.
Por supuesto, Abraham no era aún una nación, ni lo era Isaac. Tampoco lo fue Jacob, hasta que llegó a ser Israel. Cuando Israel fue llamado a salir de Egipto, recién entonces Dios tenía un pueblo que era de su posesión. Por tanto, puede decirse que el pueblo de Dios tuvo dos comienzos: uno en Abraham el hombre, y otro en Israel la nación....
Dios es el verdadero Origen, de donde proviene toda su nueva creación. Podríamos con justicia citar aquí las palabras del Señor Jesús quien dijo: «Mi Padre hasta ahora trabaja y yo trabajo». Esta es una lección que todos debemos aprender, que nada podemos iniciar por nuestra cuenta. Es únicamente Dios el que comienza todo (Gn. 1:1; 1ª Ped. 1:3-5). Aunque esto hiere nuestro orgullo, el día que lo comprendamos verdaderamente será un día de gozo para nosotros. Significa que, en cuanto concierne a los valores eternales, hemos comprendido que todo es de Dios.
Abraham era igual a sus vecinos, un idólatra. En tales circunstancias Dios lo escogió. Abraham no tuvo un principio propio. Dios tomó la iniciativa y nada es más precioso que la soberanía de Dios. Abraham nunca pensó en Canaán como su meta. Él salió sin saber a donde iba, pero respondiendo al llamado de Dios.
¡Dichoso el hombre que no sabe! Este hombre aun levantó su tienda «sin saber a dónde iba». Cuando realmente comprendemos que Dios es el Origen de todo lo importante de en la vida, ya no estaremos tan seguros de nosotros mismos y de lo que haremos. Gozosamente diremos: «Si el Señor lo permite».
Aun el hijo de Abraham vino de Dios; tenía que ser dado de una manera especial. Nada de lo que tuvo su origen en Abraham mismo, incluyendo su otro hijo Ismael, podía servir para el propósito de Dios. Abraham aprendió que Dios era el Padre, la Fuente, el Origen de todo, que sin Él no hay nada. A menos que Dios obre, nosotros no podemos hacer nada. Al aprender esta lección, comenzamos a ser «el pueblo de Dios».
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