miércoles, 16 de marzo de 2011

El segundo hombre

"El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal; traeremos también la imagen del celestial" (1 Corintios 15:47-49).
No es la primera vez que el apóstol Pablo menciona a estos dos hombres: Adán y Cristo. Ya ha hecho un contraste previo en Romanos capítulo 5. Por ejemplo, en 5:17 dice: "Pues si por la transgresión de uno solo (Adán) reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia".
Dios da la salida
Aquí en 1 Corintios 15, el Espíritu Santo desea enseñarnos algo más, un principio espiritual que está en toda la Biblia.
Conociendo que en Adán heredamos el fracaso, nuestro personal fracaso y el de toda la humanidad, esta palabra nos muestra la salida, la corrección, la nueva oportunidad concedida por Dios mismo para todos los hombres; esto es, un 'segundo hombre'. Ante la desgracia del 'primer hombre', se levanta victorioso 'el segundo'.
Encontramos aquí un hombre terrenal y un hombre celestial. También están los (hombres) terrenales y los (hombres) celestiales. Y finalmente tenemos una imagen traída (pasado) del terrenal y una imagen que traeremos (futuro) del celestial.
Tenemos entonces dos hombres, dos caracteres y dos imágenes.
Esto es como conocer nuestra propia historia. En cierto sentido es la historia de la humanidad desde el punto de vista de Dios. Adán es el hombre creado a la imagen de Dios, que disfrutó de un breve período de comunión con su Creador, pero que a causa de su fracaso, junto a Eva fue expulsado del huerto. Esto debe haber sido en extremo doloroso para Adán, tanto que la Escritura prefiere ocultar aquellos sentimientos. Poco tiempo más tarde, ambos debieron enfrentar la tragedia del crimen de Caín sobre Abel sus amados hijos. Desde entonces la tierra ha sido manchada con la sangre derramada del hombre por el hombre.
Esto es el extremo del dolor, pero también están siempre presentes aquellas otras manifestaciones de la muerte, que son el odio, la envidia, los celos, la arrogancia y la soberbia de los hijos de Adán. No necesitamos leer toda la historia de la humanidad, ni estar al día con las noticias del mundo, para conocer las consecuencias de la caída. Basta con conocernos un poquito a nosotros mismos y muy pronto nos damos cuenta que todos hemos traído la imagen del hombre terrenal, algo de la maldad que condenamos en el resto de los hombres está de alguna manera (desgraciadamente), también dentro de nosotros.
Cual el terrenal, tales también los terrenales
El primer hombre representa el pecado, la desgracia, el fracaso del propósito de Dios con el hombre.
Gracias a Dios por el "segundo hombre", por Jesucristo hombre, gracias porque hay un varón aprobado por Dios, Pedro, el apóstol, hablando en su nombre y en el de Juan y Jacobo dice: "...nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia" (2 Pedro 1:17-18), este es el segundo hombre, el celestial, el que vino del cielo.
Según el relato hay, al parecer, dos razas, dos familias distintas, con dos orígenes distintos, que conviven hoy sobre la tierra. Pero, debemos entender, que una emerge de la otra. Puesto que todos hemos nacido 'en Adán', también todos tenemos la oportunidad de 'renacer en Cristo'.
En todos los creyentes hay estas dos realidades (estos dos mundos), estas dos naturalezas, la terrenal y la celestial, el primer hombre y luego el segundo hombre. Los terrenales estamos siendo transformados en celestiales.
Primero, antes de conocer la vida divina vivíamos pensando sólo en lo terrenal; ahora buscamos las cosas de arriba, suspiramos por las cosas eternas. O sea, estamos pasando "de Adán a Cristo", de haber sido meros hombres terrenales, ahora somos llamados hombres celestiales, que no solo somos participantes de un llamamiento celestial, sino más aun, poseemos una naturaleza nueva, celestial, divina, la vida de Cristo implantada en nuestro espíritu por el bendito Espíritu de Dios.
"Cual el celestial, tales también los (hombres) celestiales". De la misma manera como asociados con Adán nos perseguían todas sus nefastas características, ahora, asociados con nuestro Señor Jesucristo, hemos de seguir creciendo en El, como cuando un niño nace, crece y se desarrolla, hasta llegar a la madurez, esto se espera de un verdadero creyente, que pueda llegar el día en que se diga: "Cristo se está formando en este hombre". Algo de la mansedumbre y ternura de Cristo se está reflejando en él.
La palabra está llena de esperanza: traeremos también la imagen del celestial (15:49). Un día se contará la historia de nuestras vidas, se dirá, estos nacieron con una naturaleza maldita, corrompida, pero en un instante glorioso, vino a ellos una nueva naturaleza, superior a la primera, bendita, santa, celestial, y los transformó en hijos de Dios. La imagen de Dios que se había perdido en ellos a causa de la caída del primer hombre, ahora ha sido plenamente recuperada pues a tiempo, oportunamente se asociaron con el segundo hombre. Ahora traen la imagen del celestial (esto es la de Cristo mismo).
Ejemplos del Antiguo Testamento
Dos son los hijos más emblemáticos de Abraham, Ismael e Isaac. Dice en Génesis 21:9 que Ismael se burlaba de Isaac. Ismael era el hijo de la esclava de Abraham, y, como, tal no pudo heredar las riquezas celestiales que representaba Abraham. Isaac en cambio era hijo de 'la libre'Sara, dado a luz en la vejez de su madre, contra toda naturaleza. Isaac representa a Cristo, nacido no según lo normal, sino por un milagro y por una promesa de Dios.
La naturaleza antigua (adánica) 'se burla' de la nueva naturaleza, le causa molestia, no pueden convivir juntas, una debe ceder ante la otra. La carne debe ceder ante el espíritu. La epístola de Pablo a los Gálatas 4:30 que ampliamente aborda este tema, registra este hecho de Génesis: "Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre".
La Palabra nos dice a nosotros: "...despojaos del viejo hombre, que esta viciado conforme a deseos engañosos y vestíos del nuevo hombre…el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Efesios 4:22-24; Colosenses 3: 9-10).
En Isaac, Dios se agradó del segundo hombre y lo bendijo.
Semejante es la historia de Esaú y Jacob. El primero era hombre de campo, diestro en la caza, pero el segundo era varón quieto, que habitaba en tiendas. El primero menospreció su primogenitura y la vendió al segundo. Mas tarde Esaú aborreció a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido y en su corazón se propuso matar a su hermano (Gén. 27:41).
Algo sabemos de los muchos tratos y disciplinas que Jacob tuvo que vivir, pero finalmente la bendición de Dios estuvo una vez mas sobre el segundo hombre. "A Jacob amé y a Esaú aborrecí", dijo Dios (Malaquías 1:2-3).
Antes de morir el anciano Jacob, su hijo José, el segundo hombre más grande de Egipto, trajo ante su moribundo padre a sus dos hijos para que los bendijese: Jacob, con gran sensibilidad espiritual, bendijo al menor, a Efraín, por sobre el mayor, Manasés, ante el reclamo de José, Jacob responde: "Lo sé, hijo mío, lo sé, pero su hermano menor será más grande que él" (Gén. 48: 13-19). Una vez más se cumple el principio espiritual, el segundo llegará más lejos que el primero.
Como la primera generación de israelitas que salieron de Egipto, figura de la carne, de la naturaleza adánica de la cual hay que despojarse, todos murieron en el desierto, excepto Josué y Caleb. La segunda generación en cambio, figura del segundo hombre, y figura de la resurrección (luego de pasar por la cruz representada por el río Jordán y por Gilgal), va mucho más lejos, conquista la buena tierra y agrada el corazón de Dios.
Más tarde, Saúl, el primer rey de Israel, este primer rey representa la rebeldía y la obstinación, fracasa estrepitosamente. Luego se levantará David, tipo de Cristo, un hombre quebrantado, que llora muchas veces en presencia de su Dios, este segundo hombre, sin ser perfecto, se humilló ante su Dios y vino a ser un tipo de Cristo y el Señor le concede la honra de que el Mesías de Israel, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios, sea también llamado 'el hijo de David', 'la Raíz de David'. Una vez más Dios bendice y se agrada del 'segundo hombre'.
El primer hombre no llegará lejos
Ahora bien, nosotros hemos de saber discernir bien entre estos dos hombres. Sabemos que el primero no llegará lejos. La bendición está con el segundo. Tu vieja naturaleza no tiene futuro. Satanás esta tratando de engañar a muchos jóvenes, haciéndoles creer que serán mucho más felices alimentando su 'primera naturaleza' y muchos llegan a burlarse de la segunda, encuentran aburrido, sin gracia, sin brillo, el vivir en Cristo. Pero la Palabra de Dios sigue declarando: "En Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados".
Hermano, ¿todavía estás viviendo en Adán? Te esperan dolores y fracasos. ¿Estás comenzando a vivir la nueva vida en Cristo? También te esperan dolores y fracasos, sólo que esta vez el resultado será que lograrás poseer la riqueza más grande del universo: la vida, el carácter y la imagen del 'Segundo Hombre'.
Si sigues viviendo conforme a la imagen del terrenal, tus alegrías serán pasajeras y tu insatisfacción será enorme. Aunque obtengas algún éxito, éstos serán mezquinos, 'con fecha de término', te durarán mientras tengas vida y salud. Y si fracasas, la derrota será muy amarga, los demás 'adanes' te abandonarán, el mundo suele ser muy cruel con los perdedores, a lo más los envía a la cárcel o a un asilo o a un centro de rehabilitación. ¿Y los amigos?, la gran mayoría de ellos estarán a tu lado mientras les alegras la fiesta; cuando ya no les sirvas de provecho te desecharán. ¿Es confiable un amigo sin Cristo en el corazón? (Testifico que a mis mejores amigos los he hallado sólo en Cristo).
Si vives, en cambio, buscando las cosas de arriba, alimentando la nueva vida en Cristo, asociándote con los que poseen una naturaleza renovada (¡poseyéndola tú mismo por supuesto!), creciendo en la obra del Señor siempre, tus alegrías se verán multiplicadas, y tus dolores muchas veces mitigados por la compañía de muchos otros que van corriendo la misma gloriosa carrera. Ésta no tiene fecha de término; lo que se vive en Cristo es para siempre, tiene el sello de lo eterno, nos preparamos ahora, en este escenario terrenal para reinar con Cristo por toda la eternidad, cuando toda la gloria de este mundo perezca, entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mateo 13:43).
¿Estamos todavía enredados en el primer hombre?
Cuando los hermanos o el resto de los hombres nos miran, nos evalúan ("nos pesan"), ¿qué ven en nosotros? ¿Todavía nos ven batallando con la antigua naturaleza? ¿Todavía recurriendo a las astucias de la carne, a las habilidades mundanas para lograr nuestros propósitos? O, más bien, podrán ya decir: "¡Algo de la vida de Cristo, del Segundo Hombre se está comenzando a vislumbrar en la vida de este cristiano, de este creyente, de este siervo o sierva del Señor!".
¿Estamos todavía enredados en las marañas del primer hombre o ya estamos gozando de los frutos de la vida celestial conforme a la imagen del segundo hombre?
Cuando tratamos con un hermano, ¿tratamos con el primer hombre o con el segundo?
Finalmente, en esto se resume la obra de Dios, en pasarnos del primer al segundo hombre, de Adán a Cristo. De lo terrenal a lo celestial. Este es también el camino de la iglesia, de la tierra al cielo, de la carne al espíritu, de la niñez en Cristo, a la vida madura del discípulo tratado por el Señor.
¡Que todo lo terrenal sea restado de cada uno de nosotros, y que seamos hallados tan sólo en el segundo hombre, en Cristo, en el celestial, conformados a su imagen!
Padre, este es tu santo propósito, llévanos más y más de gloria en gloria en tu misma imagen, que aprendamos a hacer morir lo terrenal en nosotros y a llenarnos de tu Santo Espíritu, de tu vida y de tu gracia. Amén.

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