jueves, 10 de febrero de 2011

COMO SER SABIOS ANTE LOS OJOS DE DIOS

Uno de los pasajes más preciosos del Evangelio... y tal vez uno de los menos aprovechados, es aquella oración con que Jesús clamaba así al Padre Celestial: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.” (Mt. 11, 25)
Sí, al Padre le ha parecido bien esconder las cosas de su Reino -esconder su Sabiduría- a los sabios, a los cultos, a los racionalistas, a los que no creen en nada que no sea comprobable, a los que necesitan “ver para creer”. Y sí se las ha revelado a la gente sencilla, a los que creen no saber mucho o tal vez no saber nada, a los que están prestos a ser enseñados por el Espíritu Santo, a los que saben que nada saben que no les venga de Dios, a los que saben que nada son ante Dios. A ésos sí les revela el Padre sus secretos.
Conocida esta oración del Señor, no sorprende, entonces, que  Pablo, dirigiéndose a los griegos, quienes se dedicaban con mucho ahínco a la búsqueda del saber humano, les dijera esto: “Si entre ustedes alguno se considera sabio, según los criterios de este mundo, considérese que no sabe, y llegará a ser verdadero sabio. Pues la sabiduría de ese mundo es necedad a los ojos de Dios”. Y luego pasa a citar frases del Antiguo Testamento: “Dios atrapa a los sabios en su propia sabiduría ... El Señor conoce las razones de los sabios, y sabe que no valen nada”. (1 Cor. 3,18-20).
¡Qué distinto ve Dios las cosas a como las vemos nosotros los humanos! ... Si alguno quiere ser sabio, que se reconozca incapaz de saber y de conocer por sí solo, que se reconozca insuficiente, que sepa que nada puede por su cuenta, porque ... querámoslo reconocer o no ... nada puede el hombre por sí solo. En esto consiste la “pobreza de espíritu”. Sólo los sencillos, los “pobres de espíritu” podrán conocer la verdadera “Sabiduría” -aquélla que viene de Dios. Esa “Sabiduría” (con “S” mayúscula) es la que hace ver las cosas a los ojos de Dios, la que hace ver las cosas como Dios las ve.
Pequeñez, sencillez, humildad. Son virtudes evangélicas necesarísimas, que nos llevan a ser pobres en el espíritu. Pero ¡qué lejanas están estas virtudes de lo que nuestro mundo actual -tan distinto de Dios- nos propone!
Ante la pequeñez espiritual del Evangelio, se nos propone el engrandecimiento del propio yo. Ante la sencillez del Evangelio, se nos proponen los racionalismos estériles. Ante la humildad del Evangelio, se nos propone la soberbia de creer que se puede lograr cualquier cosa con tan sólo proponérsela. Ante la pobreza en el espíritu del Evangelio se nos propone el engreimiento del ser humano.
Pero las proposiciones contenidas en la Palabra de Dios son para todos los tiempos. Y la Palabra nos aconseja reconocernos incapaces ante el Todopoderoso ... para poder llegar a ser sabios. Hacernos pequeños... necesitados como los niños... para que Dios pueda crecer en nosotros. Hacernos humildes... reconocernos que no somos nada ante Dios ... para poder ser engrandecidos por El. Sólo así, podremos salirnos del grupo de los “sabios y entendidos”, a quienes le quedan escondidos los secretos de Dios y podremos, entonces, ser contados entre la “gente sencilla” a quienes el Padre revela sus secretos, los secretos de su Sabiduría.

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