Todos conocemos la historia de Moisés y como Dios lo utilizó para liberar a su pueblo de Egipto (Éxodo, Hechos 7:20-36). Quienes no lo hayan leído en la Biblia con toda seguridad habrán visto una de las tantas repeticiones que se hacen cada año en la época de semana santa.
Dando una mirada un poco más detallada acerca de esta historia hay algo que muchas veces es pasado por alto o desapercibido, y es justamente ese el encanto que tiene.
La Biblia nos relata como Moisés pasa sus primeros cuarenta años de vida en la comodidad de palacio de faraón, de ahí es llevado al desierto donde pasa otros cuarenta años como pastor de ovejas de su suegro, aprendiendo del desierto y los siguientes cuarenta años guiando al pueblo de Dios a la tierra prometida.
En la primera etapa de su vida Moisés pudo haber tenido todo el poder y capacidad según su punto de vista para realizar una gran obra para con el pueblo de Dios, pero como siempre son muy diferentes los planes que tenemos de los planes de Dios, como siempre digo: La gran diferencia es que nosotros planeamos, suponemos, imaginamos, elucubramos, pero Dios SABE, y eso hace toda la diferencia.
Podríamos decir que estos primeros cuarenta años en su momento pueden haber sido desde el punto de vista de Moisés los mejores de su vida hasta el momento en que debe huir al desierto, justo cuando intenta hacer la obra de Dios a SU manera, sin tener en cuenta al dueño de la obra, Dios mismo.
En realidad Moisés comienza a serle útil a Dios una vez que pierde su posición y todos sus bienes en Egipto; una vez que está en el desierto comienza a ser adiestrado de una manera muy particular que por supuesto para Moisés seguramente tendría mas de incomodidad que de adiestramiento, hasta que llega a un punto en que si alguna vez pensó servir a Dios se declara totalmente incompetente.
Y es aquí donde entra en escena este personaje, silencioso instrumento de Dios.
Retomemos un poco la historia desde el momento en que Dios llama a Moisés y tratemos de ubicarnos en su posición justo en el momento en que es llamado por Dios, esta vez contra todas las predicciones. Ahora Moisés, un hombre de ochenta años, con todo su poderío y gloria pasados casi olvidados, acostumbrado a llevar una vida apacible rodeada nada más que por el desierto y sus ovejas.
Como pastor de ovejas su única herramienta era su vara o callado, a pesar de ser nada más que un palo largo sin mayor valor era lo único que le quedaba como un diario recordatorio de su nueva vida, de su nueva posición, a la vista de cualquiera no pasa de ser más que un simple y ordinario palo sin nada en especial ni mucho menos pretensión alguna, pero para Moisés, su herramienta diaria de trabajo.
En su primer encuentro con Dios, junto a la zarza ardiente (Exodo 3:4), era lo único que poseía Moisés. Ni siquiera las ovejas que cuidaba le pertenecían, eran de su suegro Jetro; si alguna vez se sintió poderoso o tuvo demasiadas posesiones, Dios se había encargado de retirarlas, no siendo más que un lastre para la misión que tendría muchos años después, ahora todo cuanto poseía era su vara, y siendo su única posesión Dios le pide que también la entregue.
Es quizás un detalle muy sutil pero justamente por eso es tan interesante, una vara en manos de un pastor no es más que un palo, pero en manos de Dios como veremos, será un instrumento poderoso y de gran significado. De igual forma mi vida en mis propias manos no es más que un número en el registro civil, pero en manos de Dios podría tomar gran significado.
En su primer encuentro con Dios, la vara que Moisés llevó diariamente durante muchos años sin darle mayor importancia más que la de una simple y ordinaria vara, ahora ya no era más la vara del pastor de ovejas, de ahora en adelante será llamada “la vara de Dios” (Exodo 4:20, 17:9), ya no seria más solamente un recordatorio de la vida diaria que había llevado durante los últimos cuarenta años, ahora además le recordaba que había tenido un encuentro personal con Dios, una muestra del poderío de Dios que llevaba en su mano.
La vara de Dios pasa desapercibida en adelante a no ser por el uso que le da Moisés en ocasiones en que debe mostrar el poder de Dios ya sea frente a Faraón y su pueblo o frente al mismo pueblo de Israel en el desierto.
Lo interesante de este objeto inanimado es que su “status” cambió radicalmente, antes era una vara más que si la pusiéramos al lado de un montón de varas a la entrada del bar de los pastores, pasaría completamente desapercibida y así mismo se sentiría (si es que pudiera sentir). Pero ahora ya no era igual, ahora era un instrumento que Moisés utilizaba cada vez que iba a demostrar el poderío de Dios. A la vista de un ojo particular, se podría pensar que el poder radicaba en la vara, más peligroso aun, la vara misma se lo pudo haber creído, pudo creer que Moisés no seria nadie sin ella, que sin la vara Moisés no podría efectuar todos los prodigios y señales que realizó y llegar a pensar que era indispensable! Gran error.
No le recuerda algo esta historia?
Cuando iniciamos nuestro caminar con Dios, una de las primeras escrituras que nos gusta recordar es Corintios, cuando se nos enseña que somos nuevas criaturas y que todas las cosas viejas pasaron (2 Cor 5:17). Aahhhh que tranquilidad y que renuevo sentimos de pensar que ya toda esa vida quedo atrás con sus errores y catástrofes! Pasa el tiempo y Dios a pesar de nosotros mismos se place en utilizarnos, dándonos dones a cada uno, ya sea de enseñanza, de predicación, de evangelismo o cualquier otro “don” que El Señor le haya dado (todos tenemos dones Efesios 4:8b). Hasta aquí las cosas van caminando y hacemos gala de humildad siempre dándole la Gloria a Dios, no dejamos nunca de orar y predicar o enseñar terminando siempre con un “en el nombre de Jesús… Amen”.
Pero!, acaso no le ha pasado por la mente en algún momento pensamientos como:
- si no fuera por mi, quien les enseñaría a estos
- si no predicara yo, no podrían entender las escrituras
- si no fuera yo quien ministro no seria lo mismo
- si no fuera por mi… yo….yo …..yo ….
Le suenan conocidos estos pensamientos? Espero que no, pero me temo que son pensamientos que no faltan a la mente de cualquier Cristiano en Construcción, ya que no son “sus” pensamientos propiamente dichos, son mas bien susurros que llegan hasta nuestros oídos por el enemigo de la obra de Dios, con un simple objetivo, hacerte menos eficiente! Así es, porque en el momento en que comenzamos a pensar que es por nuestro talento, por nuestro esfuerzo o en nuestras fuerzas que se hace la obra del reino, entonces nuestra eficiencia comienza a decaer y nuestro ego a encumbrarse como la espuma.
Es por esto que me maravillo tanto el ver el papel de la vara en la obra del Señor a través de Moisés. Hay un momento en la historia en que Dios dice a Moisés que a la vista de Faraón, el seria como un “dios” y Aaron su hermano seria su profeta (Exo 7:1). Falta algo en la escena? Y la vara?, donde queda entonces? Acaso no era ella la que portaba Moisés a todas partes desde su primera entrevista con faraón cuando fue transformada en serpiente, acaso no fue ella la que convirtió las aguas del Nilo en sangre, no fue ella la que dividió el mar rojo? No fue la que sacó agua de la piedra en el desierto? Aahh decepción mi querida vara cristiano en construcción, era apenas un instrumento y nada más.
Esa es nuestra posición en este mundo como cristianos, y no deberíamos tener mayor anhelo que ser un “Instrumento de Dios” Acaso no le basta con ello?
Piénselo bien, de todos los planetas del universo, de todas las épocas de la humanidad, de los billones de personas del planeta, Dios el creador mismo, el dueño de la tierra y sus habitantes, te ha tomado de entre ese montón de varas del desierto para que Tu mi querido hermano hagas esa parte de su obra a la que has sido llamado.
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