La Biblia enseña que cuando éramos aún pecadores, por su inmenso e incomprensible amor fuimos individualmente buscados, salvados, regenerados y capacitados por el Espíritu Santo para anunciar las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable, Jesucristo.
En el siglo XX, una tendencia generalizada entre los ministros de Jesucristo, fue buscar con verdadera dedicación, los más títulos académicos posibles, como doctorados en divinidades, maestrías en teología, etc. Parecería que ahora, en este siglo XXI, muchos buscan tener un título sobresaliente como profeta, apóstol, salmista, maestro, etc.; y otros, independientemente de todos los títulos y logros académicos que legítimamente hayan alcanzado y de los preciosos ministerios que por gracia Dios les ha encomendado, siguen buscando ser dignos del título preferido por Jesucristo y sus apóstoles: Siervos de Dios.
Jesucristo dijo: “No sean de los que aman los primeros asientos y sillas en los templos y ser llamados de los hombres: Rabí, o maestro, porque uno es su Maestro, el Cristo. Antes el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que es mayor entre ustedes y quiera ser el primero, sea así porque es el que más sirve a todos. Recuerden que el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido; porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. El Reino de los Cielos es pues, como un hombre (Jesucristo) que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. Estén pues ceñidos sus lomos, como siervos que velando esperan a que venga su Señor, porque al que mucho le es dado, mucho le será demandado; y al que encomendaron mucho, más le será pedido."
La Biblia enseña que todo aquel que con corazón sincero, cree, acepta y confiesa a Jesucristo como su único y suficiente Salvador y Señor, es hecho hijo de Dios y llamado a ser siervo, ministro, e instrumento de Jesucristo, quien con nosotros, sin nosotros, y a pesar de nosotros, completará la obra de redención que el Buen Padre Celestial planeó desde antes de la fundación del mundo. Por eso decimos: ¡Gracias a Dios! Porque aunque éramos esclavos del pecado, hemos obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuimos llamados. Libertados del pecado por pura misericordia y gracia, ahora hemos sido hechos siervos de la justicia y siervos de Dios; teniendo como fruto la santidad y como bendito fin, la vida eterna.
Una de las grandes doctrinas de los cristianos evangélicos es el ministerio universal de los salvos, o sea, que todos, no sólo algunos privilegiados, somos llamados a ser siervos de Jesucristo, y capacitados naturalmente con talentos y conocimientos, y sobrenaturalmente con dones y discernimiento, para ser instrumentos útiles en alguno de los miles de diversos ministerios que hay en la iglesia. Por eso, la recomendación del Espíritu Santo por medio de Pablo, dice: “Así como anteriormente presentaron sus miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, ahora presenten sus miembros para servir a la justicia; y siguiendo la verdad en amor, aprendan cada día, cómo ser mejores y más fieles siervos de Dios.”
Los cristianos evangélicos no nos exaltamos ni predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo el Señor, pues reconocemos que tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros; y cada vez que terminamos con éxito alguna buena obra encomendada, procuramos ser humildes y decir: “Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, hicimos."
Jesucristo promete reconocimientos, galardones y coronas a los siervos fieles que perseverando en bien hacer, buscan gloria, honra, inmortalidad, y vida eterna. Así pues, que todo lo que hagamos, sea de palabra o de hecho, hagámoslo como un servicio para Dios, sabiendo que de Él recibiremos la recompensa y gloria prometidas, pues es a Cristo el Señor a quien servimos.
Que nuestro anhelo sea que todos los días, al poner la cabeza en la almohada, podamos escuchar al Buen Señor de la Mies decir: "¡Bien hecho, siervo bueno y fiel! Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor."
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