Hemos explicado brevemente lo relativo a la historia de la cuarta palabra: nos toca ahora recoger algunos frutos del árbol de la Cruz. El primer pensamiento que se presenta es que Cristo quiso apurar el cáliz de su Pasión hasta lo último. Permaneció en la Cruz por tres horas, desde la hora sexta hasta la nona. Permaneció por tres horas enteras y completas, incluso por más de tres horas, pues fue pegado a la Cruz antes de la hora sexta, y no quiso morir hasta la hora nona, como se prueba a continuación. El eclipse de sol comenzó a la hora sexta, como lo muestran los tres Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas; San Marcos dice expresamente: «Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona» . Ahora bien, nuestro Señor pronunció sus tres primeras palabras en la Cruz antes que se iniciase la oscuridad, y por lo tanto antes de la hora sexta. San Marcos explica esta circunstancia más claramente diciendo: «Era la hora tercia cuando le crucificaron»; y añadiendo poco después: «Llegada la hora sexta, hubo oscuridad» . Cuando dice que nuestro Señor fue crucificado en la hora tercia, quiere indicar que fue clavado en la Cruz antes del fin de esa hora, y por lo tanto antes del inicio de la hora sexta. Debemos notar aquí que San Marcos habla de las horas principales, cada una de las cuales contenía tres horas ordinarias, tal como el propietario llamó a sus viñadores en las horas primera, tercia, sexta, nona y undécima . Por tanto San Marcos dice que nuestro Señor fue crucificado en la hora tercia, pues la hora sexta no había llegado aún.
Nuestro Señor quiso entonces beber el cáliz lleno y rebosante de su Pasión para enseñarnos a amar el cáliz amargo del arrepentimiento y el esfuerzo, y a no amar la copa de las consolaciones y los placeres mundanos. Según la ley de la carne y el mundo, debemos escoger pequeñas mortificaciones, pero grandes indulgencias; poco trabajo, pero mucha alegría; tomar poco tiempo para nuestras oraciones, pero largo tiempo para conversaciones ociosas. En verdad no sabemos lo que pedimos, pues el Apóstol advierte a los Corintios: «cada cual recibirá el salario según su propio trabajo» ; y nuevamente: «no recibe la corona si no ha competido según el reglamento» . La felicidad eterna debe ser la recompensa del trabajo eterno, pero puesto que no podríamos disfrutar jamás de la felicidad eterna su nuestro trabajo aquí tuviese que ser eterno, nuestro Señor queda satisfecho si durante la vida que pasa como una sombra nos esforzamos por servirlo por el ejercicio de las buenas obras; por otro lado, los que pasan su corta vida ociosamente o, lo que es peor, pecando y provocando la ira de Dios, no son hijos sino niños que no tienen corazón, ni entendimiento, ni juicio. Pues si era necesario que Cristo padeciera y entrara así en su gloria , cómo podremos entrar en una gloria que no es nuestra perdiendo el tiempo detrás de los placeres y la gratificación de la carne? Si el significado del Evangelio fuese oscuro, y pudiese ser entendido solamente luego de arduo esfuerzo, tal vez habría alguna excusa; pero su significado ha sido puesto de modo tan sencillo con el ejemplo de la vida de Aquel que lo predicó primero, que ni el ciego puede equivocarse en percibirlo. Y la enseñanza de Cristo no ha sido ejemplificada sólo con su propia vida, sino que han habido tantos comentarios a su doctrina al alcance de todos, como han habido apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y santos, cuyas alabanzas y triunfos celebramos día a día. Y todos estos proclaman fuertemente que no a través de muchos placeres, sino «a través de muchas tribulaciones» nos es necesario «entrar en el Reino de Dios» .
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