jueves, 6 de mayo de 2010

Bashar al-Assad

Bashar al-Assad (en árabe بشار الاسد) (nacio. 11 de septiembre de 1965) es el actual presidente de Siria e hijo del ex presidente Hafez al-Assad.
Realizó sus estudios primarios y secundarios en el Instituto Al Hurriya. En 1988 se licenció en Medicina General en la Facultad de Medicina de Damasco, especializándose en Oftalmología.
Trabajó como oftalmólogo y residíó un tiempo en el Reino Unido donde continuó con su formación al margen de la política. En 1997 ascendió en el ejército a Teniente Coronel y en 1999 a Coronel.
Al morir su padre, el presidente Hafez al-Assad, y tras la muerte accidental de su hermano, futuro heredero de la presidencia del país, fue ascendido a General del Estado Mayor y Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Nombrado candidato único por el Partido Árabe Socialista Baaz (único partido del régimen) para la Presidencia de la República, fue elegido mediante referéndum el 10 de julio de 2000, tomando posesión el 17 de julio. El comienzo de su mandado planteó una esperanza de cambio democrático que fue abandonada bajo la continuidad de la política dura de su antecesor.
Ante la amenaza de la idea de guerra preventiva llevada a cabo por la administración estadounidense, la inestabilidad de Líbano, donde Siria mantenía una fuerte presencia militar, y las constantes tensiones con su vecino Israel, Bashar al-Asad ha intentado tener un discurso reformista que pudiera satisfacer los deseos de la Unión Europea pero que en la práctica no supone ninguna concesión al movimiento de oposición del país.
La fuerte presión internacional sobre Bashar al-Asad tras la muerte del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, atribuido a los servicio de inteligencia sirios, hizo que el presidente sirio mandara regresar las tropas estacionadas en Líbano.
Bashar al Assad fue reelegido en un referéndum convocado al efecto el 27 de mayo de 2007.
el líder sirio está reforzando los vínculos con los magnates suníes y con las organizaciones islamistas favorables a él. Todo ello para reforzar el sentimiento nacionalista sirio del que pretende convertirse en un símbolo. El objetivo, obtener un mayor control del país, que será posible en parte gracias a la debilidad de la oposición interna.
El objetivo de al Assad ha pasado a ser el refuerzo del sentimiento nacional sirio, una manera de intentar unir más a todo el estado entorno a su persona, modificando incluso algunas costumbres del pasado.
en un momento en el que parece difundirse cada vez más en el mundo la idea de un conflicto entre Islam y Occidente, Bashar al Assad tiene las de ganar mostrándose tolerante con la religión, obteniendo así aún más apoyo de su pueblo. Todo esto sin tener que renunciar a la laicidad de las instituciones y, en consecuencia, a su propia hegemonía sobre ellas. Éste es precisamente un punto que explica por qué los Hermanos Musulmanes son todavía considerados como enemigos: a pesar de las proclamas de cambio de los últimos años, su agenda es aún fundamentalmente de naturaleza política. Su regreso al país traería un polo de atracción muy seductor para el pueblo, tal como ocurre, por ejemplo, en Egipto. No sorprenden, pues, las continuas condenas al movimiento por parte de Damasco, así como las medidas empleadas para desalentar cualquier contacto con ellos por parte de ciudadanos sirios: es en esta línea donde cabe interpretar el asesinato del líder religioso Muhammad Mashuq Kaznavi y la detención del escritor Ali Abdallah tras sus contactos con el líder en Europa de los Hermanos Musulmanes, Al-Bayanouni. Podría desconcertar que Damasco esté, en cambio, muy vinculado a otras organizaciones islamistas de trasfondo político como Hamas, a cuyo líder, Khaleed Mashal, acoge en sus fronteras. Las similitudes entre los dos movimientos son sin embargo más aparentes que reales, sobre todo por la diferente localización geográfica de los intereses de ambas. Si por un lado la Hermandad está activa en gran parte de la región, Hamas es un movimiento casi exclusivamente palestino cuyos objetivos están en Gaza y Cisjordania y estrechamente vinculados a la lucha contra Israel. Siria y Hamas tienen, pues, un enemigo común y ningún motivo serio de desacuerdo, siendo la suya una alianza política conveniente para ambos. Para Bashar al Assad, Hamas constituye de hecho un excelente medio para combatir a Israel indirectamente, mientras que este movimiento islamista no podría existir sin el respaldo de Damasco.

Al igual que Irak, anteriormente dominado por los sunitas, la dirección siria está constituida por una minoría, los alawitas o nusairitas, partidarios de una variante ligeramente gnóstica del Islam chiíta
Han pasado casi diez años desde aquel cálido día de julio de 2000, cuando el “General Doctor” Bashar el Assad asumía oficialmente el cargo de Presidente de Siria, heredado de su padre, el mítico e incombustible Hafez el Assad, al que los políticos árabes habían bautizado el “león de Damasco”. El clamor popular acompañó la ceremonia de entronización del Doctor Bashar, digno exponente de las llamadas “dinastías republicanas” de Oriente Medio, novedoso sistema de gobierno ideado y promovido por los dinosaurios de la política regional.
“Alá, Siria y Bashar”, coreaban las masas en la capital siria. “Alá, Siria y Bashar”. Pero el escepticismo reinaba en las capitales occidentales, donde ejércitos de politólogos y analistas adscritos a los servicios de inteligencia desconfiaban de los dotes de mando del joven oftalmólogo educado en el Reino Unido. Y ello, haciendo caso omiso del hecho de que durante más de un año el cachorro de el Assad estuvo encargado de controlar las transacciones de divisas de Damasco, de supervisar la presencia militar siria en el Líbano y de dirigir las unidades especiales encargadas de velar por la seguridad del régimen. Todo ello, antes de convertirse en… comandante en jefe del ejército y (único) candidato a la vicepresidencia del país.

Al asumir la jefatura del Estado, Bashar el Assad tuvo que afrontar numerosos retos. En el plano regional, había que redefinir la política de Damasco frente al vecino libanés, reactivar los siempre discretos contactos con Israel y tratar de normalizar las relaciones con los Estados Unidos, cuyos gobernantes habían colocado a Siria en la lista negra de los Estados terroristas.
En el plano interno, se trataba de liberalizar las estructuras sociopolíticas, de llevar a cabo la modernización de la industria, liberalizar el sistema de producción, librar una guerra sin cuartel contra la corrupción generalizada. ¿Misión imposible? Los británicos, que tuvieron ocasión de conocerle mejor durante su estancia en el Reino Unido, aseguraban que el nuevo líder sirio era un hombre “modesto”, “inteligente” y “reformista”. Sin embargo, los norteamericanos lo tachaban de “ingenuo”, e “incapaz de asumir el poder” en un país con un sinfín de problemas internos, difícil de gobernar en el umbral del siglo XXI. Las sospechas de los estadounidenses se fueron acentuando después de los atentados del 11 de septiembre, cuando Siria pasó a convertirse para el entonces inquilino de la Casa Blanca en un problema regional, en el patrocinador de los movimientos terroristas de Líbano y/o Irak. De hecho, la Administración Bush no dudó en afirmar que las inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein habían sido trasladadas al territorio sirio, donde esperaban una orden del tirano para golpear a Occidente. Sabido es que las armas no aparecieron; Siria se tornó, sin embargo, en refugio de centenares de miles de exiliados iraquíes, que abandonaron sus hogares ante el avance de las tropas de la coalición.
En los primeros años de su mandato, Bashar el Assad trató de introducir una serie de cambios en le país; tropezó con una fuerte reacción por parte de la sociedad siria. Ante el desconcierto provocado por su política reformista, no le quedó más remedio que afianzarse en el poder, tratando de mejorar la imagen del régimen a nivel internacional. Logró su meta tras la llegada al poder de Barack Obama, quien optó por sacar a Damasco del aislamiento.
Subsiste el interrogante: ¿tratará Bashar de negociar la paz con los políticos de Tel Aviv? No hay que olvidar que durante décadas Siria se enorgulleció de ser el “baluarte de la lucha contra el enemigo sionista”. En los últimos años de su vida, Hafez el Assad no descartó la posibilidad de firmar la paz con Israel, dejando bien claro que el precio exigido por Damasco iba a ser muy elevado.
Para el Doctor Presidente Bashar, los parámetros del problema son, al menos aparentemente, distintos. ¿Confiar en los políticos hebreos? Hace una década, el Gobierno de Ehud Barak logró defraudar a Siria al filtrar a la prensa un documento confidencial: el borrador final de un acuerdo de paz que estaba a punto de materializarse.
¿Volver a confiar en el establishment de Tel Aviv? Hoy por hoy, el precio de la “traición” parece demasiado elevado. Pero en Oriente Medio todo es fluctuante…








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