La naturaleza es maravillosa. Está llena de misterios. Está llena de sorpresas. Una de esas maravillas es el sistema de la polinización de las flores y las plantas. Las abejas, los pajaritos que se alimentan del néctar de las flores, luego cargan consigo el polen que ha de fecundar a otras plantas y a otras flores. Ellos se alimentan del néctar. Pero luego, se van cargados de polen capaz de polinizar infinidad de flores.
Hay en nuestro jardín unos colibrís que son un encanto. De vez en cuando recorren el cáliz de todas las flores. Meten su largo pico mientras se sostienen casi quietos en el aire. Y así, a la vez que se alimentan, son portadores de vida a las demás flores.
El otro día, contemplándolos en su belleza, sentía como una sensación especial dentro de mí. Alimentarse y alimentando a la vez. ¿No es también esto lo que nos pide el Señor a nosotros sus hijos? Nos ofrece infinidad de cálices, llenos del néctar de la gracia, en los que cada uno de nosotros alimentamos nuestro espíritu, para que seamos luego también nosotros los que llevamos ese polen fecundante a otras almas, a otros corazones, a otros espíritus.
Cuando leo el Evangelio de hoy me viene a la mente esa idea de la polinización.Juan ve pasar a Jesús y lo reconoce como “el Cordero de Dios” y lo dice.
Dos de sus discípulos lo escuchan y deciden seguir a Jesús.
Jesús se da cuenta y los invita a pasar el día con El.
Andrés era uno de ellos y de inmediato va y se lo cuenta a su hermano Simón.
Y lo lleva hasta donde está Jesús.
Toda una cadena de retransmisión. Jesús, Juan, Andrés, Simón. Se da como una especie de polinización del Evangelio.
Jesús poliniza a Juan.
Juan poliniza a sus dos discípulos.
Andrés poliniza a Simón.
Y Simón se encuentra con Jesús.
Cuando uno ha entrado en contacto con Jesús pareciera que nada ha cambiado. Y sin embargo, ha cambiado nuestra actitud. Y al cambiar nuestra actitud, todo ha cambiado. Hemos cambiado nosotros y a través de nosotros cambian los demás.
La fecundidad de nuestras vidas la llevamos a cabo con nuestra simple presencia. Allí donde estamos, dejamos, como cuando usamos un perfume, ese buen olor a Dios, ese buen olor a gracia, ese buen olor a Evangelio, ese buen olor a perdón, ese buen olor a alegría y a vida.
La mejor evangelización no siempre va acompañada de grandes discursos sino de silenciosas presencias y silenciosas experiencias. La mejor evangelización no siempre se manifiesta en grandes cosas sino en ese perfume, en ese polen de Evangelio que llevamos en nuestras vidas y que dejamos caer en el corazón de los demás.
Cuanto más nosotros entramos en contacto con Dios y pasamos la tarde con él, más se impregnan del polen de Dios las alas de nuestras vidas y más fácilmente podremos fecundar los corazones alejados y las vidas, con frecuencia, extraviadas.
Me suele gustar usar una que sea colonia suave. Cuando la gente está frente a mí, en ocasiones dice! Qué rica es su loción! Ese es el aroma que debemos llevar cuando nos acerque a alguien, y ese alguien dijese: “qué rico hueles a Evangelio”, ese es el ejemplo que debemos dar al mundo! Que existe un Dios que es supremo y poderoso!, en todo aspecto, bondad, amor, ternura, sabiduría, etc. Y ese Dios se debe reflejar en nosotros en nuestra presencia. Que se sienta el aura que llevamos con nosotros!Que Dios te bendiga. Hermanito tu Dios es grande! , Ese es mi Dios!
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