¿Cuánto daño puede soportar un faraón antes de dar el brazo a torcer? La autora de Kalpa Imperial vuelve sobre los padecimientos que Yahvé infligió a las tierras del Nilo para lograr la liberación de su pueblo
En aquellos tiempos, teniendo Moisés ochenta años y Aarón ochenta y tres, Yahvé decidió que los israelitas tenían que salir de Egipto y le dijo a Moisés que él y su hermano Aarón tenían que hablar con el faraón para que los dejara ir. Claro que, le advirtió, él, Yahvé, iba a hacer lo posible para que el faraón no los dejara ir. De ese modo Yahvé castigaría a Egipto que tendría que reconocer su poder. Pero también les dijo que hicieran un prodigio delante del soberano, y así fue que cuando los hermanos fueron a la corte Aarón tiró al suelo su cayado y éste se convirtió en serpiente. Al faraón no le pareció gran cosa: llamó a sus magos y les dijo que hicieran lo mismo, cosa que los tipos hicieron presto. Ya había demasiadas serpientes en la corte; claro que la que había sido el cayado de Aarón se devoró a las que habían sido los cayados de los magos. Pero ni con ésas. Tal como había dicho Yahvé, el faraón, impertérrito. Les dijo que no tenían permiso para irse.
Yahvé entonces le dio algunos consejos a Moisés y, obediente, Moisés se presentó ante el faraón cuando lo vio dirigirse al río. Con el cayado que se había convertido en serpiente, Moisés dijo:
-Vas a tener que dejar ir a mi pueblo porque si no voy a convertir en sangre las aguas del río y van a morir los peces y nadie podrá beber el agua contaminada.
Yahvé les sopló al oído:
-Muchachos, tiendan sus manos sobre las aguas del río.
Así hicieron y el agua se convirtió en sangre, los peces murieron, el agua quedó contaminada, nadie podía beber ni bañarse ni cocinar con eso. Pero el faraón llamó a sus magos y les ordenó que hicieran lo mismo y lo hicieron, con lo que los egipcios tuvieron que cavar en busca de agua para beber y demás.
Pasó una semana y Yahvé insistió:
-Vas a ir a la corte y vas a amenazar al faraón con una invasión de ranas. Que Aarón tienda su mano sobre ríos y canales y lagunas y que suban las ranas sobre Egipto.
Cosa que Aarón hizo de inmediato y Egipto se llenó de ranas hasta en los bolsillos del faraón. Pero los magos hicieron lo mismo y ya aquello no era Egipto ni nada: era un mundo de ranas.
-Bueno, está bien -dijo el faraón-, díganle a Yahvé que se lleve las ranas y yo los dejo que se vayan.
-¿Cuándo? -preguntó Moisés que por lo visto no le tenía ni cinco de confianza al faraón.
-Mañana -dijo el faraón.
Se fueron los dos hermanos y Moisés habló con Yahvé para que sacara las ranas de Egipto. Murieron las ranas en todas partes y el país se convirtió en un asco de ranas muertas y olor a podrido. Pero el faraón, viendo que tenía un respiro, no cumplió con su palabra.
Yahvé entonces le dijo a Aarón que golpeara con su cayado multiuso el polvo de la tierra que se convertiría en mosquitos sobre todo Egipto. Aarón obedeció y el aire, el suelo, las casas y todo el país se llenaron de mosquitos. Los magos intentaron matar a los mosquitos pero no hubo caso, no pudieron. Entonces le dijeron al faraón:
-Es el dedo de Dios.
Pero el faraón no se dejó intimidar, de modo que Yahvé dio instrucciones a Moisés que al otro día muy temprano fue a ver al faraón y lo amenazó con una plaga de tábanos en todo Egipto menos en donde estaban los hijos de Israel, que venía a ser la región de Gösen:
-Haré distinción entre mi pueblo y el tuyo -le dijo Moisés al faraón.
Al día siguiente había tábanos por todas partes que devastaron las tierras de los egipcios.
El faraón llamó a Moisés y a Aarón y les dijo que por qué no ofrecían su culto a Yahvé ahí mismo en vez de querer irse de Egipto.
-Ah, no -dijo Moisés-, nuestro culto es abominable para los egipcios. No podríamos ofrecerlo delante de ellos.
Hubo un tira y afloje y al final estuvieron de acuerdo en que los israelitas se irían tres días lejos de Egipto a ofrecer su culto a Yahvé y en compensación los tábanos desaparecerían.
Cumplieron el trato ambas partes pero hasta por ahí nomás porque después el faraón volvió a negarse a dejarlos salir. Por lo cual Yahvé le dijo a Moisés que amenazara al faraón con la muerte de todo el ganado. El ganado de los egipcios, no el de los hijos de Israel.
-Mañana -le dijo Moisés al faraón.
Y así fue: murió todo el ganado de los egipcios y cuando el faraón mandó a sus espías a ver qué pasaba en los campos de los israelitas, se enteró de que allí no había muerto ni un mísero ternero. Pero ni así les dio permiso para que abandonaran Egipto. Razón por la cual Yahvé les dijo a los hermanos que tomaran grandes puñados de hollín y los lanzaran al cielo? en presencia del faraón. Cosa que hicieron y el hollín se convirtió en polvo fino y el polvo fino cubrió de úlceras pustulosas a los hombres y al ganado, aunque parece que a las mujeres no. Los magos no pudieron hacer nada porque ellos también estaban comidos por las úlceras.
Pero el faraón, nada: no les dio permiso para irse. Por eso Yahvé le dijo a Moisés que le dijera al faraón que su poder, el de Yahvé, era tan grande que si quisiera tendería su mano sobre el pueblo de Egipto y lo haría desaparecer con hombres, casas y ganado, pero que no lo hacía para que se viera en los prodigios que hacía cuán grande era su poder. Y le dijo que al día siguiente iba a caer una granizada espantosa que mataría a todo cuanto se encontrara en el campo.
Los que temieron que la cosa viniera en serio pusieron al resguardo sus siervos y su ganado. Los que no ni se molestaron. Y así fue que la granizada mató a todo cuanto ser viviente hubiera en los campos.
Moisés tenía orden de Yahvé de tender su cayado hacia el cielo, cosa que hizo y con eso empezaron los truenos y el granizo y los rayos, con tanta fuerza que ni las hierbas quedaron vivas sobre la tierra. Menos, claro, en la región de Gösen donde vivían los hijos de Israel.
El faraón se rindió. O por lo menos dijo que se rendía. Moisés no le creyó, pero dijo que la granizada cesaría y fue hacia el campo, tendió las manos hacia Yahvé y se acabaron las granizadas, las lluvias, los truenos y los rayos. No quedó nada vivo, salvo lo que todavía no se había sembrado, pero por lo menos dejaron de caer las maldiciones del cielo. Cuando el faraón vio que todo estaba en paz, se retractó y dijo que no dejaría ir a los israelitas de Egipto.
Yahvé entonces le dijo a Moisés:-Vas a ir a ver al faraón para obrar estas señales mías en contra de ellos y para que puedas contar a tu hijo y al hijo de tu hijo cómo me divertí con Egipto y las señales que hice entre ellos para que vieran que yo soy Yahvé.
-¿Hasta cuándo te vas a resistir a humillarte ante Yahvé? Tendrás que dejar salir al pueblo de Israel para que dé culto a Yahvé. Si no lo hicieres, mañana caerán las langostas sobre tu territorio y cubrirán el país de suerte que ni podrá verse el suelo. Devorarán lo que dejó la granizada y se comerán hasta la madera de las casas.
Cuando se fueron, dijo el faraón a sus siervos:
-¿Hasta cuándo ha de ser este hombre la causa de nuestra ruina? ¿No se dan cuenta de que Egipto se pierde? dejen salir a esa gente y que den culto a su dios Yahvé.
Los cortesanos llamaron a Moisés y a Aarón y el faraón les dijo:
-Está bien. Pueden irse a dar culto a Yahvé. ¿Quiénes se van a ir?
-Todos -dijo Moisés-, saldremos con nuestros niños, nuestros ancianos, nuestras mujeres, nuestros hijos, nuestras hijas, nuestras ovejas y nuestras vacadas.
-¡Ah, no! -dijo el faraón-. Ya me suponía que ustedes tenían malas intenciones. ¿Cómo los voy a dejar salir con los pequeños y las mujeres y el ganado? No y no. Que se vayan los varones solamente a dar culto a Yahvé.
Y los cortesanos los echaron de palacio.
Entonces Yahvé autorizó a Moisés a dar paso a la langosta. Y la plaga de langosta fue tal como no se ha visto ni se verá nunca hasta el punto de cubrir la tierra y no dejar ver el suelo. Moisés tendió su cayado sobre la tierra de Egipto y la langosta se comió todo lo que había quedado después de la granizada mientras soplaba el solano sobre el país toda la noche y todo el día siguiente. Las tierras de los israelitas no fueron tocadas por la langosta.
Al ver esta devastación el faraón llamó a Moisés y a Aarón y ¡les pidió perdón! y que por favor le pidieran ellos a Yahvé que la terminara con las plagas y las desgracias. Eso hizo Moisés y Yahvé hizo soplar un viento del sur que se llevó a las langostas hasta el mar de Suf. No quedó ni una.
Pero entonces el faraón se dijo que para qué los iba a dejar salir si ya se habían terminado las plagas, y no dejó salir a los israelitas. Yahvé habló con Moisés y le dijo que tendiera su mano sobre la tierra para que cayeran sobre ella unas tinieblas tan densas que casi pudieran tocarse. No se veían unos a otros, y nadie se levantó de su sitio por tres días, mientras que todos los israelitas tenían luz en sus moradas.
-Bueno, basta -dijo el faraón-, Moisés, Aarón, pueden irse con sus pequeños y sus mujeres pero que se quedan las ovejas y las vacadas.
-Nuestro ganado -dijo Moisés- ha de venir con nosotros para sacrificios y holocaustos, para que los ofrendemos a Yahvé nuestro dios. Ni una pezuña debe quedar atrás.
Yahvé endureció el corazón del faraón para poder castigarlo más duramente y el faraón exclamó:
-¡Fuera de mi presencia! ¡Vas a cuidarte muy bien de volver a ver mi rostro porque el día que lo veas morirás!
Muy tranquilo, Moisés le dijo:
-Lo has dicho muy bien. No volveré a ver tu rostro.
Salieron de la presencia del faraón y Yahvé le dijo a Moisés:
-Todavía traeré una plaga más sobre el faraón y sobre Egipto. Después de eso no sólo el faraón los dejará ir sino que él mismo los va a expulsar de aquí. Que cada mujer y cada hombre de tu pueblo le pida a su vecino un objeto de plata o de oro.
Cosa que Moisés podía hacer porque por una parte era un personaje importante en Egipto, y por la otra Yahvé había hecho que los egipcios le tuvieran consideración y simpatía.
Moisés entonces dijo:
-Hacia medianoche pasaré por las tierras de Egipto, dice Yahvé, y morirá en el país todo primogénito, desde el primogénito del faraón que se sienta en el trono hasta el primogénito de la esclava encargada de moler el grano así como todo el primer nacido del ganado. Y se elevará en todo el país de Egipto un alarido como nunca se ha oído ni se oirá. Pero entre los israelitas ni un perro ladrará ni contra hombre ni contra bestia, para que todos vean la distinción que hago entre Egipto e Israel. Entonces vendrán todos a decir: Vas a irte con todo el pueblo que te sigue. Y me iré.
Y sucedió que a medianoche Yahvé hirió a todos los primogénitos del país de Egipto, desde el hijo del faraón hasta el del que está en la cárcel y el primer nacido del ganado. Hubo entonces gran alarido en Egipto porque no había casa en la que no hubiera un muerto. El faraón llamó a Moisés y a Aarón y les dijo que se fueran. Que se fueran con sus pequeños y sus mujeres y sus rebaños y sus vacadas. Los egipcios también los alentaban a que se fueran:
-Vamos a morir todos -decían.
Tomó entonces el pueblo la masa antes de que fermentara y envolvió en los mantos las artesas de la harina y se fueron.
Partieron de Ramsés hacia Sukkot unos seiscientos mil hombres sin contar a los chicos. Más grandes rebaños de ovejas y de vacas. De la masa que habían llevado cocinaron tortas sin levadura porque no la tenían.
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